1 – Como no podía ser de otra manera, la expresión castiza ‘poner los cuernos’ está lejos de ser una invención moderna. Fueron los señores feudales y su derecho de pernada quienes la acuñaron, al colocar una cornamenta de ciervo en la casa del marido mientras daban buena cuenta de sus privilegios.
2 – Pero el adulterio no era cosa de risa. La justicia y la venganza rara vez se diferenciaban en asuntos maritales, e incluso algunos manuscritos del s. XV indultan aquellos crímenes «movidos por el dolor»…
3 – La situación en los comedores y las cocinas era lamentable. Para la vajilla y la cubertería, por ejemplo, se empleaba el estaño, un metal que se oxida con facilidad. De manera que el envenenamiento y la narcolepsia no eran menos comunes que nuestros resfriados.
4 – Las clases menos favorecidas, sin embargo, carecían de platos y cubiertos, y era costumbre disponer los alimentos sobre una hogaza de pan, que posteriormente se entregaba remojada en salsa a los pobres.
5 – A la mesa, tanto los nobles como los campesinos destinaban una escudilla o similar para escupir las moscas con que tropezaban sus paladares. Una práctica rocambolesca, incentivada por la precariedad de la higiene personal.
6 – ¡A la cocina con el muerto! Aunque parezca dantesco, los familiares depositaban al difunto sobre la mesa de la cocina, donde continuaban haciendo su vida cotidiana hasta pasados unos días. Era costumbre, además, poner velas en derredor del cuerpo. De ahí «velar a los muertos».
7 – Toda la familia solía tomar el baño en una misma tina, y por orden patriarcal. Esto es, primero el padre y los hijos mayores, y seguidamente las mujeres de la casa. Lo más insólito es la frecuencia de estos baños: ¡Una vez al año!
8 – De hecho, el abanico perdió su identidad durante la Edad Media, llegando a usarse exclusivamente para apartar el tufillo que desprendían los pliegues del vestido.
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